3 de octubre de 2014

Familia Ibarra Pizarro















Una adopción con lazos biológicos

Ésta es la historia de los Ibarra Pizarro, un matrimonio que decidió seguir el camino de la adopción, asumiendo que el lazo sanguíneo no sería parte del vínculo que uniría a su familia. Pero el destino les tenía preparada una sorpresa, sus hijos son hermanos biológicos. Luego de un tiempo de la llegada de su hija mayor, reciben la noticia que tiene un hermano pequeño. Hoy los cuatro forman una familia en que el lazo sanguíneo corre por cuenta sólo de los hijos.

El comienzo de la vida en pareja de los Ibarra Pizarro ya los conducía a la adopción como alternativa para formar familia. Paola perdió su útero a los 20 años y Ricardo quiso compartir su vida con ella, aunque desde siempre supo que no podrían tener hijos biológicos. Hoy son padres de Fernanda y Diego, hermanos de sangre que, sin tenerlo planeado, el destino los unió para formar una gran familia.
“Apenas nos pusimos a pololear, yo le conté a Ricardo que nunca podría ser mamá biológica”. Pero, contrario a lo que podría pensarse, de ahí en adelante el amor sólo creció. “Tuvimos un pololeo súper intenso, pegotes, casi siameses, con mucha onda… Pasó el tiempo y decidimos formar una familia… Surgió entones la idea de adoptar”, cuenta Paola.
Paola: “La verdad es que decidimos adoptar primero y después nos casamos”.
Ricardo: “Para iniciar los trámites de la adopción partimos en una institución donde nos encontramos con una terapia de shock: más de 300 familias interesadas, la exigencia de muchísimos requisitos y una manera muy fría para decir las cosas. También nos encontramos con una pirámide donde ponían las prioridades para tener éxito en el proceso. Entre ellas estaba: no poder ser padres biológicos y estar casados”.
Fue entonces que Ricardo y Paola, sin dudarlo, partieron en ese mismo instante al Registro Civil. Una semana después ya eran esposos y, con eso, cumplían con los requisitos básicos para ir en búsqueda del hijo tan esperado.
Sin embargo, por recomendación y las vivencias compartidas por Rafael, jefe de Ricardo, decidieron cambiar de institución donde realizar la adopción.
Los primeros pasos
Empezaron en abril del 2008. Lo primero fue una charla muy emotiva, inscripción, papeleo y tantos nervios que hoy, con risa, recuerdan que en uno de los documentos donde salía religión, Ricardo leyó región y escribió: Metropolitana.
Paola: “El papel no se podía borrar, nos acercamos a pedir otro y por la tontera de Ricardo, hicimos súper buenas migas con la gente de la Fundación. Estábamos tan nerviosos que pensábamos que cualquier error podía ser causal de no entrar en el proceso.
Nos fuimos a la casa con la tarea de reunir muchísimos papeles. Pero nada se nos hacía un problema, en una semana teníamos todo listo. ¡Fuimos catalogados como los más aplicados!”
Se inicia el camino
Paola: “Nos repitieron muchas veces que no nos pusiéramos ansiosos, porque este proceso es lento…”
Y así empezaron. Primero, las entrevistas, las evaluaciones psicológicas por separado y juntos, reuniones con la asistente social y, en un tiempo bastante razonable, finalmente fueron declarados idóneos para ser padres adoptivos.
Fue entonces cuando les pareció que el camino se puso lento. Desde que les dijeron que eran idóneos hasta que llegó Fernanda, su primera hija, pasaron 11 meses.
Ricardo: “Nosotros veíamos cómo todas las parejas con las que habíamos estado, empezaban a recibir a su guagua y con nosotros no pasaba nada”.
Paola: “Yo estaba mal, odiaba al mundo, lloraba… Tenía una ansiedad incontrolable, subí 13 kilos a punta de chocolate, fue lo más parecido a un embarazo”.
Ricardo: “Teníamos la pieza lista, pero como pasaban los días sin noticias, de a poco la cuna de la guagua empezó a ser el canasto de la ropa limpia. Empezamos a perder la ilusión. Hasta que, en una reunión en la Fundación, oímos el testimonio de otras personas que habían pasado exactamente lo mismo que nosotros y nos sentimos muy identificados”.
Entonces, retomaron las fuerzas y la paciencia…
La cuna tiene dueña
Paola: “Era 19 de agosto del 2010. Ese día amanecí con dolor de cabeza, machucada, con jaqueca y avisé en el trabajo que iba a llegar más tarde. De repente sonó el teléfono, era de la Fundación, pero como me sentía mal ni siquiera pensé que era para anunciar lo tan esperado. Hasta que oí que me decían: ‘¡Llegó! Hoy cumple cuatro meses y es niñita’.
Me salpicaban las lágrimas. Entré en shock. Llamé a Ricardo y sólo le grité. No me acuerdo de nada, pero parece que llamé a medio Chile para contarle”.
Ricardo: “Yo me vine del trabajo y cuando llegué la encontré todavía en pijama. Entonces le dije: vístete, tenemos que ir a comprar sus cosas…”
Desde las nueve de la mañana, hora que recibieron el llamado, hasta las 3 de la tarde, el día se les hizo eterno. Hasta que por fin llegaron a encontrarse.
Paola: “Conocimos a la gorda. Hubo una conexión de ojos inmediata. La pesqué altiro, la apreté, nos abrazamos los tres. Ella era un angelito…
Yo le daba puros besos y le decía: ‘¡por fin llegaste Feña!’ Fue muy emotivo, me acuerdo y se me llena el corazón”.
Después de cinco días de visitas, Ricardo y Paola pudieron llevarse a la Fernanda a su casa. Sacaron la ropa limpia de la cuna y al fin pudo ser ocupada por quien correspondía.
Los primeros días
Paola: “Teníamos todo listo para recibirla. Su cuidado nunca fue tema, todo resultó muy bien y fácil. Nos tomamos el posnatal, las vacaciones… Fue un tiempo increíble de apego. Nos adaptamos muy bien a ella. Nos robó el corazón”.
Ricardo: “A los dos días de estar en la casa, nunca más despertó en la noche. Con ese cambio de ‘barrio’, antes tenía compañeros que la despertaban y ahora no”.
Paola: “Yo estaba más aprensiva, la miraba todo el rato, la tocaba, veía si estaba respirando. Seguimos todas las instrucciones de la Fundación al pie de la letra para que la Fernanda no se estresara. Para nosotros la princesa era lo más importante”.
Un nuevo capítulo
Pero en esta historia no estaba todo dicho. Fernanda tenía un año y medio cuando inesperadamente Paola recibió un llamado de la Fundación. Por teléfono no le dieron mucha información, sólo les pedían ir a una reunión.
Paola: “Corté, quedé verde, tiritaba y no sé por qué de la nada pensé que era un hermano para la Feña”.
Así fue, era su hermano biológico.
Paola: “Con Dieguito empezó de nuevo el proceso. Fuimos al psicólogo y nos hicieron toda la evaluación, pero esta vez fue más rápido. Mientras todo se gestionaba y sin siquiera haberlo planeado, porque la Feña tenía apenas un año y medio, compramos todas las cosas para él, armamos su cuna y le contamos a la familia, nadie lo podía creer”.
Ricardo: “Y a mí se me cumplió la otra parte, porque siempre pensamos que tendríamos un niño… Además, la llegada de Diego fue lo más parecido a ser papás biológicos, porque con él no postulamos, sino que nos avisaron que íbamos a ser papás”.
Paola: “Fue increíble, porque con Ricardo jamás nunca lo conversamos y ni siquiera nos preguntamos si queríamos otra guagua, ¡nada! Desde que nos avisaron fue nuestro, ni siquiera lo tuvimos que pensar o hablar. Nunca lo dudamos, ni nos cabe en la cabeza haberlo pensado….
Nuestra experiencia ha sido tan buena, tan rica, tan sana, tan de amor, que no había nada que pensar, fue como mágico. Ellos son niños tan felices y tan queridos por todos”.
¿Qué significa para ustedes que sean hermanos biológicos?
Ricardo: “Lo más lindo de eso es para ellos. Nosotros siempre les contamos de manera gradual su historia y, si bien ya captan harto, todavía no dimensionan el fondo. Pero cuando capten de verdad lo que han vivido, ¡que bueno es que se tengan! ¡No están solos, son los dos!
Además, se llevan súper bien, son muy apegados, son amigos, se echan de menos, son parecidos, tienen la misma voz.
Es súper rico que dos hermanos biológicos, después de tantas cosas, tengan esta oportunidad y se puedan juntar”.
¿Qué palabras tienen para la progenitora de los niños?
Paola: “Ella nos dejó una carta en la que nos agradecía y supimos que la había dejado muy tranquila saber que sus dos niños estaban juntos”.
Ricardo: “Ella nos entregó lo más importante, no la juzgamos, al contrario, desde el corazón queremos darle las gracias, porque estos enanos son todo para nosotros. Sin ellos, todo sería muy distinto. Ellos son la fuerza para levantarse en la mañana y para enfrentar los problemas.
Estar con ellos es lo mejor que nos puede pasar y los proyectos llenan nuestra vida: Ahora nos vamos a cambiar a una casa, porque ya no cabemos en el departamento”.
¿Y piensan en otro?
Paola, bromea y dice: “ojalá esta entrevista no sea para aplanar el camino. De hecho, cuando me llamaron para pedir este testimonio, pensé que me llamaban por alguien….”
Ya poniéndose serios, ambos concluyen: “Estamos felices y siempre agradecidos de todo el mundo. Llevamos siete años de matrimonio, la Feña tiene 5 años, Dieguito 3, y los momentos de alegría son infinitos, los cumpleaños, las salidas, las navidades y todos los planes que surgen”.
Cita normas A.P.A.:
Pulido, Magdalena (2014). Familia Ibarra Pizarro. Una adopción con lazos biológicos. Adopción y Familia, 10, 30-32

URL abreviada: 
http://numrl.com/fip10


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