7 de septiembre de 2009

Columna de Pbro. Rodrigo Tupper


La herencia que les dejamos

Cuando un niño o niña nace, los padres buscan asegurar un espacio protegido y contenedor para el hijo que llega al hogar; desde ese momento comienza a generarse una impronta, un sello que lo acompañará por el resto de su vida.

    El recién nacido se encuentra con una realidad predecible y acogedora, sabe a qué atenerse, a quién pedir ayuda, a quién tender los brazos, de quién esperar una caricia, alimento y alivio. Es en esa interacción que surge una relación de apego y cercanía, que será la que configure una especie de matriz con la que el niño construirá sus próximas relaciones. Al mirar esta función que cumplen la madre y el padre, surge naturalmente la admiración por la tarea en la que la relación parental será insustituible y que tendrá consecuencias en toda la vida del hijo.
    Es este apego el que facilita el aprendizaje de conductas, hábitos y actitudes que, en gran medida, marcarán el resto de su existencia. Ellos saben que esos seres en los que confían, les darán cosas buenas y, aunque no se den cuenta, junto con las cosas que reciben, también van absorbiendo los afectos y emociones con que se experimenta la relación. Los niños no se defienden ni ponen obstáculos para recibir lo que sus padres y madres les dan, ya que sienten que de ellos viene lo bueno.
    Desde aquí surge con más fuerza la advertencia de Jesús, cuando dice de quien “escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le colgasen al cuello una piedra de molino y lo arrojasen al fondo del mar” (Mt 18,6). A los ojos del siglo XXI puede sonar una frase dura, pero en el contexto de Jesús, en que los niños eran objetos más que sujetos, en que todo lo que recibían era un regalo más que un derecho, la frase suena más radical todavía.
    Hoy en día, en una sociedad en que los niños tienen derechos y que se avanza en la comprensión que desde su concepción es un ser humano independiente, que tiene una dignidad inherente y una fragilidad que nos toca contener y nos hace responsables, es necesario preguntarse cuáles son las cosas que como padres y madres les enseñamos, cuáles van a ser las cosas por las que nos recordarán. Se trata de acercarnos a la experiencia cotidiana y preguntarnos cuál es la educación que les damos y cuáles son esos aprendizajes vitales que intentamos asegurarles.
    María vive su maternidad introduciendo a Jesús en su cultura, lo hace “hijo de su tiempo”, con sus costumbres, su lengua, su cosmovisión. Le transmite la fe de los ”pobres de Yaveh”, que esperaban a un Mesías salvador que vendría con novedad a cumplir las promesas del Padre. Ella dejó una impronta en su hijo y junto a José, hacen posible el temple, la fuerza interior y las sólidas convicciones con las que Jesús enfrentó la vida y la adversidad.
    Ante la hermosa tarea de ser padres y madres, es necesario hacerse la pregunta ¿Cómo quieren que sus hijos les recuerden? ¡Se pone tanta energía y se tarda tanto tiempo en definir el colegio y la educación que queremos que reciban los hijos!
    ¿Cuál es la herencia que quieren, intencionadamente, dejar a sus hijos? Saquemos la cuenta: ¿Cuál es el proyecto de familia que están construyendo y que será su legado para las futuras generaciones? Respecto a la fe: ¿Cuál es la imagen y el tipo de vínculo que transmiten de Jesús, de María y de la Iglesia? ¿Cómo les transmiten que Dios les ama gratuitamente? ¿Dónde está puesto el empeño familiar: en el ser o en el tener? ¿Cómo está marcando la vida de los hijos esta opción? ¿Cómo se vincula su familia con los pobres: desde la gratuidad y el servicio, buscando instancias generosas para que salgan de esta situación? ¿Cómo hacemos experiencia de la solidaridad?
    Con estas preguntas quisiera invitarlos a conversar en pareja y en familia acerca de la herencia que están dejando en sus hijos e hijas, a ser concientes que es, desde los hechos y el testimonio y no desde las palabras, que ellos aprenderán de la fe, de la vida, del futuro, del sentido para vivir, de cómo construimos nuestro país y de cómo hacer familia. Este es un hermoso tesoro, don y tarea para toda la vida.

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